domingo, 22 de abril de 2007

Olivos oscuros de vieja recordación
Iría Flavia era una gran ciudad romana cuando, según la tradición jacobea, llegó a sus costas el cuerpo del Apóstol Santiago martirizado en Jerusalén. Su nombre parece provenir de una palabra celta y el calificativo del emperador romano Flavio Vespasiano. El geógrafo Ptolomeo, en su Itinerario Romano, cita a Iria como capital de la tribu celta de los caporos, puerto de gran actividad comercial y residencia de cónsules y pretores romanos. También cabeza de una de las diócesis gallegas hasta el traslado de ésta a Compostela bajo la prelatura del obispo Dalmacio en 1095.
De su antigua grandeza quedan monumentos. Entre ellos por supuesto que la iglesia y alrededor de ella, casi como siendo parte de un museo arqueológico al aire libre, sepulcros, losas, estatuas medievales y otras piedras antiguas procedentes de las excavaciones realizadas bajo el suelo del templo y en el atrio, testimonian la memoria del tiempo.
Si no retornamos al siglo XIX y nos situamos entre la gris bruma atlántica y el pardo invernal de los montes, sería imposible aceptar que este cementerio, acentuado más en un tópico nostálgico, inspirara a una ilustre del lugar, Rosalía de Castro, mujer de cuando era más difícil ser mujer, y más poeta en gallego, unos conocidos versos:
0 cemiterio de Adina n’hai duda que é encantador, cos seus olivos oscuros de vella recordación, co seu chan de herbas e froles, lindas cal n’outras deu Dios.
Sólo pues allí, en un cementerio con morriña, bajo un no menos nostálgico olivo, se puede aceptar que Iria Flavia no sucumbió al paso de los siglos y ahonda su tierra para dar cobijo a una parte vital de su historia reciente: Camilo José Cela, escritor. No tengo miedo a la muerte porque eso es una vulgaridad, había dicho el pasado mes de mayo al cumplir los 85 años. ...No me arrepiento de nada de lo que he hecho y sólo me siento contento y satisfecho porque he logrado lo que me propuse: mostrar mi verdad con palabras.
Cela, el escritor que según Miguel Delibes agitó las aguas de la literatura de post guerra, murió en Madrid el jueves 17 enero y se fue con su irreverencia a cuestas, dejando un Nobel de Literatura en 1989, un Premio Nacional de Literatura por Mazurca para dos muertos, un Cervantes y varios otros para dar fe de una obra, tan densa como los cambios de carácter de este último gran exponente de una tradición comenzada en Quevedo y que llega hasta Valle Inclán y Pío Baroja.
Educado en la disciplina británica, Camilo José Cela, de padre gallego y madre de ascendencia inglesa, había nacido en Iria Flavia (La Coruña) el 11 de mayo de 1916. Poseedor de una infancia feliz, (me hubiera apuntado a ser niño siempre); expulsado de varios colegios, y sin llegar a terminar ninguna carrera, aunque poseedor de una veintena de doctorados ”honoris causa”, siempre sostuvo que en España el que resiste, gana.
Toda la vida de Camilo José Cela ha estado al servicio de su única gran pasión: la escritura. Un destino al que se aplicó con tesón y disciplina y que le llevó a ser uno de los más importantes artistas de las letras: un clásico.
Provocador nato, el autor en 1948 de Viaje a la Alcarria, se forjó una imagen de transgresor, bárbaro y humano a partes iguales. Unas características que acompañaba muy bien con su aspecto físico: alto, corpulento y panzón. Palabras, más palabras, malas palabras y declaraciones insolentes parecían palidecer cuando sentado en su escritorio daba rienda suelta a su pasión literaria y el deseo de abrir nuevos caminos en la narrativa; no en vano, según dicen, fue un gran defensor de cualquier desviación. En arte, como dijo Picasso, sólo tiene interés abrir nuevos caminos y el escritor debe abrir nuevos horizontes y tener las tres facultades del alma: la memoria, el entendimiento y la voluntad.
Obras como La familia de Pascual Duarte o La Colmena, dos de las novelas más representativas de una trayectoria que comprendió desde la poesía a la novela, pasando por el ensayo, los artículos o las obras dramáticas, le consagraron como el gran narrador de la posguerra española. Con frecuencia pude hacer más veces lo que quise que lo que me dejaban hacer; todo es cuestión de aferrarse a una idea o a un sentimiento y no cejar ni un solo instante en el firme propósito de no abrir la mano jamás”, dijo el propio Cela en sus Memorias, entendimientos y voluntades (1993).
A los 23 años, cuando la Guerra Civil ya había comenzado y Madrid estaba siendo asediada, el escritor concluyó su primera obra, un poemario de estética superrealista titulado Pisando la dudosa luz del día. Durante la contienda, el autor, integrado en el Ejército nacional, fue herido en el frente. Ya en la década de los 40 editó sus primeras publicaciones, entre ellas una biografía popular de San Juan de la Cruz que firmó con el pseudónimo de Matilde Verdú y el artículo titulado Fotografías de la Pardo Bazán, que apareció en la revista ”Y”. Tres años después de su primer libro, en 1942, publicó su primera novela, La familia de Pascual Duarte, un hito en la literatura española traducida ya a más de 20 idiomas. Paradójicamente, le costó encontrar editor y la novela fue rechazada con excusas como que el argumento era demasiado terrible y podría tropezar con la censura. ”Le va a ser difícil publicarla, pero usted es joven y puede cambiar de oficio”, le llegaron a decir.
En 1943 solicitó por escrito (según su hijo, por necesidades económicas) trabajar en la censura y fue asignado a la ”vigilancia” de dos revistas religiosas y una farmacéutica, lo cual no impidió que la segunda edición de La familia de Pascual Duarte fuese retirada de las librerías españolas y que varios años después La Colmena, tuviera que publicarse en Buenos Aires (1951) no sin algunos forcejeos con la censura del gobierno peronista argentino, ya que la obra fuera prohibida en España. En ella Cela, en clave de realismo social, logró una acabada representación literaria del Madrid de los vencidos en la Guerra Civil.
Después de una breve estancia en Inglaterra, se instaló en Palma de Mallorca. Allí fundó la revista Papeles de Son Armadans (1956-1979), en la que publicó algunos de sus textos, recuperó a escritores exiliados y se acercó a corrientes internacionales de vanguardia, además de potenciar tendencias artísticas y literarias gallegas y catalanas.
De su extensa obra, además de destacar los anteriormente citados La familia de Pascual Durate y La Colmena, no se puede dejar de citar Oficio de tinieblas (1973), Mazurca para dos muertos (1983), La cruz de san Andrés (1994), y Madera de boj. Esta última novela junto a la pieza teatral La extracción de la piedra de la locura o la invención del garrote, y sus Historias familiares, todas ellas publicadas en 1999, son las obras más recientes del escritor, que a lo largo de su carrera literaria escribió más de 90 títulos.
Poesía, novela, cuentos, fábulas, memorias, libros de viajes, piezas de teatro, artículos, obras lexicográficas y adaptaciones y traducciones han sido los múltiples géneros en los que Cela se ha adentrado para su creación literaria. Términos, todos ellos, que dejan entrever el orgullo y la satisfacción de este escritor por la vida
Poseedor de una personalidad controvertida, arrogante, capaz de despertar la mayor admiración o el más grande de los antagonismos, Cela es dueño de una creatividad abrumadora y no tendrá dificultad en superar el juicio literario de la historia. Allí compartirá con los grandes, su ingenio, sus tacos, sus verdades y sus mentiras o simplemente eso que fue su humanidad.
Tuvo la suerte de que su trabajo en la vida le reportara los más importantes galardones de las letras, así como el reconocimiento mundial y respeto tanto de admiradores como de detractores. Le fueron llegando sin que yo hiciera nada por conseguirlos y terminar sentenciando en más de una ocasión que si te lo crees te conviertes en un gilipollas.
Y en Iria Flavia se queda bajo un olivo; oyendo al mar, como dejó escrito en Madera de Boj, sollozar como un borracho; un hombre capaz de haber volcado su trabajo en una prosa sumamente personal, llena de calor, insolencia y sonoridad. Un malabarista de las letras al que Francisco Umbral bien definió como despojador de todo tabú en las palabras y afilador hasta el máximo de la crudeza y el sarcasmo. Y aunque su opción por el castellano es legítima dejemos vivo el canto de Rosalía y la realidad ya eterna de Cela por un olivo.
0 cemiterio de Adina n’hai duda que é encantador, cos seus olivos oscuros de vella recordación…
Manuel Pérez García manpergar@hotmail.com